20/1/09

Nuestra crisis desde Francia


En el interior incluso de la zona euro, dos países suscitaban la admiración sin límites y recibían elogios incondicionales: Irlanda y España. En España la fiesta se ha terminado. Un millón de parados adicionales han sido los censados en 2008, su déficit público podría llegar al 6% del PIB en 2009 y la agencia Estándar & Poor´s ha ubicado ‘bajo vigilancia negativa’ la deuda del país. En resumen, su solvencia financiera empieza a plantear problemas.

Una bofetada para el alumno modelo de la clase europea. ¡Qué bonitas eran aquellas estadísticas españolas! Con ellas se nos machacaban los oídos. Unos índices de crecimiento casi como los chinos que habían izado el PIB por habitante hasta alcanzar el de Italia. Que habían visto un descenso histórico del paro cuyo índice se había rebajado una tercera parte. Que, finalmente, habían permitido al país obtener unos excedentes presupuestarios confortables. Las finanzas públicas saneadas eran motivó de máximo orgullo para Madrid. Con gusto de revancha de la Nueva Europa sobre la vieja, de la movida sobre el inmovilismo.

Y también con una buena dosis de altanería. José Luis Rodríguez Zapatero exigía que ‘se reconsiderara el papel internacional’ de su país y recordaba ‘la legitimidad de España para entrar en el G-8, sin olvidar las lecciones de virtud presupuestaria que Madrid daba de buen agrado a sus socios, especialmente a los alemanes que, desdeñosamente, le habían colocado, antes de la creación del euro, en la categoría de los países del Club Med.

A sus aplastantes cifras macroeconómicas, España añadía el dinamismo de sus empresas. De sus conquistadores. Tenía una de las economías más sólidas del planeta y también los bancos más sólidos. Con una joyita: el Banco de Santander. Pero llegó Bernie Madoff. El mar se retiró y España se encuentra completamente desnuda. Se ha descubierto que el milagro era un espejismo hecho a base de un endeudamiento desenfrenado y de un consumo frenético. Y sobre todo, de una histeria constructora alimentada por el flujo de mano de obra inmigrante barata y mantenida por la religión de la propiedad. La mitad del cemento europeo se consumía al otro lado de los Pirineos.

En España no se ha hecho nada sólido para el futuro. La productividad es una de las más débiles de Europa, la enseñanza una de las menos eficaces, con un índice de abandono escolar antes de los 16 años de casi un 30%, cifra récord en los países industrializados. Su atraso tecnológico es inmenso y su falta de competitividad se traduce en un déficit corriente próximo al 10%. Protegida por la moneda única, España, rentista del euro, se ha podido escapar del desastre monetario.

Zapatero se complace en repetir que ‘su país está mejor armado que los demás’ para resistir la crisis. Nosotros estamos menos seguros que él. Pero, principalmente, tiene que preocuparse por el periodo posterior a la crisis. Cuando Alemania empiece a vender a los chinos y a crecer. España ya no tendrá dinero para construir y seguirá sin nada que exportar. Condenada al estancamiento quizás no eterno, pero duradero por la falta de modernización y de poder –políticamente- renunciar al euro. Habrá que ir a Berlín para aprovechar la movida, no a Madrid.

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